jueves, 29 de julio de 2010

Una flor en la basura

Me pidieron desde Efeta (Escuela Feminista de Teología de Andalucía) que escribiese para el blog sobre las mujeres presas, y me salió esta cortita historia.


Una flor en la basura

29 de Julio de 2010

Celia tenía nombre de artista. A ella le gustaba mucho cantar y bailar, pero nunca saboreó la fama. Su lugar siempre fue el fracaso.
Celia era gitana, al igual que una de cada cuatro mujeres en prisión. El sistema penal se ceba con las capas más desfavorecidas de la sociedad, y los gitanos y gitanas han sido tradicionalmente cabeza de turco. Todo el mundo sabe que los ricos y los poderosos no van a la cárcel porque este es un universo social en pequeñito, con rasgos aumentados y exagerados. También hay muchas menos mujeres en prisión pero eso tiene otra explicación: las mujeres somos educadas para ser buenas, el sistema dice que no es propio de nuestra feminidad incumplir las normas y mucho menos las leyes. Las que están entre rejas “se han salido del tiesto” y por ello serán castigadas con el delito y con el desprecio social.
Celia tenía nombre de filósofa pero ella tampoco frecuentó la universidad ni las bibliotecas. Lloraba amargamente porque de niña quería ir a la escuela y no pudo. Su familia la quería para ayudar en las tareas de casa y para cuidar a sus hermanos menores. Era lista, muy lista, pero no contó con las oportunidades para comprobar hasta dónde podría llegar y para entonces a duras penas juntaba las letras para formar las palabras. Iba a la escuela en prisión, eso sí. Le ayudaba a mantenerse distraída, ocupando el tiempo. Recibía el cariño y el apoyo de los profesores de la prisión y, de paso, repasaba las matemáticas, la geografía y la gramática. Las matemáticas le gustaban y se le daban bien. Los años de trabajo en el mercadillo le habían ayudado a mantener el cálculo mental ágil. La geografía y la gramática eran otra cosa porque en su barrio no se acostumbra a repasar las capitales, ni los ríos, tampoco el análisis sintáctico era tema de conversación. En cualquier caso, tenia bastante más nivel que muchas de sus compañeras en prisión. Porque en la cárcel hay analfabetismo, la lacra de los y las pobres. Peor que no tener dinero es no tener la autoestima de quien sabe que puede manejarse por sí sola en las tareas cotidianas de este mundo.
Celia llevaba tatuadas unas torpes letras en su brazo: “amor de madre” y la inicial de los nombres de sus hijos. En el otro brazo, las marcas de haberse “chinado” más de una vez, de haberse rasgado las muñecas con el fin de acabar con su vida o quizás, a modo de grito silencioso, para decir que ya no podía más, que alguien hiciera algo para que la vida merezca un poquito la pena, para no ahogarse cada día entre los gritos, los chirridos, los llantos y la desesperación. La cárcel deja sus marcas en la mente, en el corazón y también en la piel.
Celia un día se enamoró de un hombre y tuvo dos hijos con él, pero pronto las palizas se convirtieron en “el pan nuestro de cada día” y paradójicamente, sólo cuando dio con sus huesos en prisión pudo salir de esa espiral que casi le lleva a la tumba. En el momento en que entró por la puerta del módulo de mujeres, ni las funcionarias ni sus compañeras pudieron reconocerla a primera vista. Tenía la cara tan magullada, amoratada e hinchada que parecía la sombra del mismísimo monstruo del patriarcado. Según iban pasando los días y las semanas, a medida que las heridas cicatrizaban y los moratones se disolvían, concluyó que no quería volver con ese hombre, por mucho que fuese el padre de sus hijos. Encontró otro por quien suspirar dentro de los muros de la prisión, un hombre que conoció por carta a través de una prima suya que le habló bien de él. Luego vinieron los suspiros de celda a celda, las notas que se hacían llegar pasando de mano en mano a través de otros compañeros presos y las barrrocas cartas de amor desesperado. Pero los planes a futuro no parecían tan esperanzadores. Él tenía una condena larga y pronto le mandarían para otra prisión, así que cuando Celia saliese de allí se encontraría de nuevo “con una mano delante y otra detrás”. Su familia le visitaba todas las semanas y nunca le faltaba dinero en el peculio para café y tabaco. Pero no estaban dispuestos a que dejara a su marido y tener que alojarla en su casa, otra boca más que alimentar. Muchas veces intercedieron por ella para que no le pegara tanto, para que se comportara como un marido, trajera dinero a casa y dejara de beber. Pero de ahí a que le dejara iba un trecho. Tampoco la cárcel hizo nada ante lo que era más que evidente. Su paso por prisión no sirvió para que se le identificara como mujer maltratada y se implementara un programa de atención. A su salida, tampoco le esperaba ningún recurso.
Celia quería tener otro hijo. Amaba a su niña y a su niño pero sentía que nunca habían sido suyos del todo porque estuvieron mucho tiempo con su madre y ella no pudo establecer los lazos que hubiese deseado. Quería otra oportunidad para demostrar que podía ser buena madre. Tenía muchos otros sueños. Tener una “vida normal”, salir de la espiral de la delincuencia y tener un trabajo de lo que fuese para ganarse la vida. Que su marido dejase de maltratarla y pudiesen de una vez ser una familia feliz. Quería olvidar todo lo malo, que lo que viniese ahora fuera bueno, que malo ya había tenido bastante. Olvidar las palizas, las riñas, los llantos y la pobreza…Celia tenía tantos sueños…Pero al traspasar la última puerta que daba a la calle, aquel día señalado lleno de alegría y miedo, pronto vio cómo los sueños se desvanecen al instante y son una estúpida quimera a la luz de la realidad que se le presentaba. No vio cumplido ni uno solo de sus planes, al contrario, la espiral de pobreza, delincuencia, malos tratos y autodestrucción cobró más fuerza tras su paso por prisión. Nada cambió, todo empeoró. No se reinsertó porque nada ni nadie le ofreció los recursos necesarios para ello y ella no supo cómo cambiar su vida de la nada.

*Celia es un personaje creado a través de muchas historias de mujeres en prisión. A todas ellas va dedicada este breve relato. A todas las flores en la basura. Especialmente a la que dramáticamente murió víctima del patriarcado y ya no está entre nosotras.

Estíbaliz de Miguel Calvo

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